El día que me sentí Indiana Jones buscando la Copa España Libre

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En El Mundo en febrero de 2000 publiqué por primera vez un artículo sobre la Copa de la España Libre que conquistó el Levante en julio de 1937 en plena Guerra Civil. Aquel pasaje me marcó profesional y personalmente. Si la máquina del tiempo fuera una realidad yo regresaría a la España de 1937 para entender las vicisitudes de aquella competición.

 

Fijaría la cronología en la tarde del domingo 18 de julio para entrevistar y conocer las inquietudes y preocupaciones de aquellos equipiers que defendieron el escudo del Levante F.C. en la Final de la Copa de La España Libre.

Hubo un momento en el que su mutismo mortificó mi alma. Nadie sabía nada de aquella gesta. Ni de aquel trofeo. Ni de aquel equipo de valientes que una vez levantó un título. 

Nadie sabía nada sobre su denominación. Ni del sentido que escondía aquel heroico triunfo. A su alrededor solo habitaba el silencio más profundo y las incógnitas más desgarradoras. Nadie reivindicaba su honor. No hay mayor fatalidad que desconocer el significado de tu propia historia. Aquella Copa contenía orgullo, exhumaba honorabilidad, aunque era la metáfora de un fracaso tristemente anunciado. Era el símbolo de un período que se caracterizó por la barbarie. La manifestación más absoluta de cómo la memoria puede ser adulterada para caer en el olvido.

Supe de aquella epopeya por el testimonio directo de Ramón Victoria. Un día en el antiguo Palco del coliseo granota nos contó a Quique y a mí que el Levante había ganado un título en plena contienda bélica. La información estaba fragmentada. En realidad, todo estaba por descubrir por entonces. 

Durante un tiempo imaginé cómo sería aquel relato. Pensé en los partidos, en los goles que el Levante podría haber marcado, en las paradas de los porteros y en las jugadas de los atacantes. Pensé en las victorias y también en las derrotas, en las sonrisas de los seguidores y en el miedo al contemplar un cielo aniquilador que disparaba detonaciones en forma de bombas. Soñé con los encuentros disputados bajo el manto de un país que ardía en llamas. España no era España. La Guerra Civil, como eje contextual de un relato apasionante que había que desenmascarar. Era el gran título olvidado.

Yo cursé un master. Ya lo saben. Lo puedo acreditar. Tengo el título en casa. Ya había acabado la carrera de Geografía e Historia. Creo que en ese instante todavía no se había generalizado el culto al master, pero lo hice. Había que realizar un trabajo de final de curso. Mi propuesta fue una pequeña investigación sobre el fútbol en Valencia durante los años de la Guerra Civil. Fue una primera aproximación que me sirvió para constatar la presencia real de la Copa de La España Libre como formato competitivo.

No era una ensoñación de Ramón Victoria. Ni una leyenda inventada de la que pretendía apropiarse el levantinismo. Fue una tarea ardua. Las primeras noticias sobre el desarrollo de la competición datan de la primavera de 1937 y yo empecé por el inicio de la narración del conflicto bélico en julio de 1936. Durante unas jornadas casi me instalé en la hemeroteca de Valencia. No lo sabía, pero era el principio de una alianza estrecha. 

No tengo hijos que van creciendo así que para mí el paso del tiempo queda reflejado cada vez que voy a la hemeroteca y relleno el documento en el que adjunto el periódico que deseo consultar. La parte última del formulario incluye el día y el año del presente. Ya vamos por el 2019 y empecé a formar parte de su paisaje regularmente a finales de 1999.

Levante El Mercantil Valenciano y El Pueblo fueron los diarios escogidos en esa búsqueda incesante. Tuve que hacer acopio de paciencia ante la ausencia de noticias durante los primeros meses del conflicto vinculadas directamente a la Copa. Y la paciencia no es un componente que sepa manejar. No tenía ni puñetera idea de la cronología, ni del espacio temporal en el que se gestó la Copa de La España Libre. Iba desnudo de equipaje en esta travesía, pero las alforjas estaban repletas de ilusión y esperanza. Y cada día certificaba nuevos descubrimientos. Eran revelaciones transversales.

Esa naciente aproximación constataba la efervescencia de la disciplina del balompié desde el nacimiento de la contienda. Al menos en la España leal a la República que espacialmente colindaba con el Mar Mediterráneo. La idea era sugerente porque arruinaba ese mito que acentuaba la ausencia forzosa de manifestaciones futbolísticas durante la guerra. Nos situamos en el arranque del tercer milenio. 

Ese paréntesis que, por aquellas jornadas, determinaban los libros sobre su ausencia entre julio de 1936 y abril de 1939 había que ponerlo en recelo. Tenía escaso rigor. Había fútbol e infinidad de encuentros a beneficio de la causa republicana. Hasta el Valencia y el Levante arrinconaron sus profundas diferencias para jugar por una noble causa en agosto de 1936 en el feudo de Vallejo. Entonces no se preveía una guerra tan devastadora y tan extensa desde un prisma temporal.

Los Campeonatos Súper-Regionales, en los meses finales de 1936, fueron el prólogo a la disputa de la Liga del Mediterráneo que cruzó a los clubes de Valencia y Cataluña a doble confrontación entre enero y abril de 1937. La Copa de La España Libre cerraba el ejercicio liguero. El relato futbolístico era idéntico al gestado en los años inmediatos a la eclosión de la Guerra. Tres competiciones trufaron un calendario acotado en el espacio comprendido entre los meses de octubre de 1936 a junio de 1937. 

Había un orden establecido que remontaba al pasado. El subidón emocional que significó fijar el rastro de la Copa de La España Libre fue superlativo. La información era copiosa, aunque aumentaría exponencialmente al incluir en las pesquisas las noticias procedentes de El Mundo Deportivo. De repente, las piezas de lo que parecía un rompecabezas irresoluble empezaban a incrustarse siguiendo un plan ordenado. El formato fue original. Valencia, Levante, Girona y Espanyol competirían a doble vuelta entre junio y julio de 1937. Las dos entidades que lideraran la clasificación afrontarían la Gran Final en territorio neutral.  El Levante se presentó en la cita con jugadores del Gimnástico.

Los clubes firmaron un armisticio para competir unidos. El dominio del Levante resultó aniquilador. El signo de la victoria se repitió. Los choques ante el Valencia confirmaron la fe y el abolengo de un grupo al que la Guerra alejó de cotas de mayor envergadura. En la quinta jornada el Levante ya se había coronado campeón, aunque esa condición no garantizaba la obtención del título, si bien aproximaba a la institución a ese objetivo trazado como finalista. Valencia y Levante contendieron en el partido decisivo. Fue en el Estadio de Sarrià la tarde del domingo 18 de julio de 1937. Nieto conquistó la eternidad con una diana reveladora. La Copa de La España Libre era propiedad del Levante F.C.

El ocho de agosto de 1937 el Levante y el Gimnástico lucharon en el coliseo de Vallejo a modo de homenaje por el título. Los clubes se intercambiaron artísticos banderines con los escudos representativos. Esa historia un día la comenté a los componentes de la redacción de deportes de El Mundo en Valencia. A Alberto Gil, como jefe de deportes, le pareció significativa. No obstante, reclamó la Copa. Si existía era el broche de oro para trasladarla al papel y publicarla. La Copa existía. Una tarde Ramón Victoria, Quique Victoria y yo nos sumergimos en el archivo de la historia granota.

La primera mirada fue turbadora. Ante nosotros se abría un mar embravecido repleto de trofeos ubicados en lo que ahora es la sala de juntas de la zona noble del Ciutat. No imperaba el orden. Entre la inmensidad surgió la silueta de la Copa de La España Libre. La leyenda seguía latiendo en su pecho. El tiempo no había borrado aquellos caracteres que la identificaban. 

Yo creo que nos estaba susurrando para regresar a la vida. Había esperado más de sesenta años entre tinieblas para adquirir la pátina de brillo que perdió casi desde que nació. Ella sabía que nosotros pretendíamos reivindicar aquella historia. Pueden ser los duendes o las meigas. La estrechamos con fuerza y la alzamos al cielo en una recreación imaginaria del vuelo que realizó en las manos de los jugadores que lograron aquel hito. 

Nos invadió la misma emoción que sintió Indiana Jones cuando descubrió el arca perdida. Nuestras sonrisas eran kilométricas. 

Cerca de la Copa reposaban los escudos del Gimnástico F.C. y del Levante F.C. Nos miraban de reojo. Su datación cronológica, ocho de agosto de 1937, fue fundamental para establecer el relato. Juntamos los escudos y las Copa como si tratáramos de alterar un descanso que parecía eterno. Fue una tarde de emociones compartidas. Es uno de esos días difíciles de olvidar. La Copa era nuestra; del Levante U.D.            

Dos décadas volvemos a la carga por el reconocimiento de la oficialidad de la Copa de La España Libre. Nuestros colegas del Área de Historia del Sevilla nos pusieron sobre el rastro de unas actas de FIFA publicadas en noviembre de 1937. El criterio de Vicent Masip y de Juan Luis Franco sigue unas idénticas coordenadas. La historia, por fortuna, no es inamovible. 

La documentación oficial de la FIFA es reveladora de la situación del fútbol en el período de la Guerra Civil. Adquiere envergadura, por el contenido de la información que ofrece, la sesión del Comité Ejecutivo de FIFA que se celebró durante los días 6 y 7 de noviembre de 1937 en París. 

El valor de esta reunión y la resolución posterior resultan extraordinarias por el cambio de paradigma que provoca en la interpretación de la historia del fútbol durante el conflicto bélico. FIFA, tras reunirse con los representantes de la Federación Española, con sede en Barcelona, y con la delegación de la Federación, de nuevo cuño, surgida en junio de 1937, con sede en San Sebastián, determina reconocer a ambas asociaciones afiliadas en un mismo plano de igualdad. 

Según la condición estatutaria marcada por FIFA no es posible reconocer más que una Federación por país. No obstante, la excepcionalidad del caso en territorio español propició esta singular decisión. Cada delegación dispondría de competencias sobre el territorio ocupado por cada una de ellas. Los clubes de ambas organizaciones podrían enfrentarse entre ellos y también sus selecciones, si bien estos partidos de selecciones no podrán tener el carácter de partidos internacionales. 

FIFA era a la altura de 1937, al igual que sucede en la actualidad, la única autoridad con capacidad para reconocer las Federaciones de fútbol. El Comité de FIFA fue taxativo en su decisión aceptando la coexistencia y la cohabitación de dos delegaciones enmarcadas en un ámbito territorial que está definido por el desarrollo del conflicto bélico. Hay que recordar que los límites geográficos de la España de II La República quedaron alterados tras el alzamiento militar de julio de 1936.

La Copa España Libre cumple hoy 84 años. Este texto es un extracto del libro ‘Cuántos recuerdos caben en el Ciutat’.

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