Si Riga no entrecot, Riga no gol

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La biblia acentuaba que la fuerza de Sansón emanaba de su cabello. Su melena era una especie de patente de esta fortaleza. La historia es de sobra conocida y en cierto modo, y con algunos matices, reedita el mito del pecado original y la expulsión del paraíso. Dalila, que significa delicada o exquisita, traicionó a Sansón. Este forzudo lo tenía todo. Era capaz de plantarle cara a un león, pero no controlaba ni su espíritu, ni sus pasiones más encendidas y cayó envuelto en los subterfugios de la pérfida Dalila. Supermán parecía indestructible por naturaleza. Disponía de visión de rayos X y con su aliento podía congelar un lago o abrasar a sus adversarios. Inclusive podía cambiar el sentido del paso del tiempo si se lo proponía.

Al mítico Hércules la enorme fortaleza que le caracterizó parecía venirle de serie. Era consustancial a su mismo  nacimiento y a Goliat se le suele presentar como un gigantón de casi tres metros de altura que se protegía con una malla que pesaba más de cincuenta kilos. Es una evidencia que la potencia y la resistencia se le presuponían, aunque esa visión terrorífica, tan alejada de lo humano, no fue óbice para que David lo tumbara con una simple honda y una piedra. Y Goscinny y Uderzo fijaron que la fuerza sobrenatural de Obélix deriva de la poción mágica que preparaba el druida Panorámix. El relato también es célebre. Este héroe de ficción se cayó en la marmita cuando era pequeño y los efectos de aquella pócima fueron eternos e imperecederos.

¿Y la fuerza física que Mustapha Riga exhibía en cada confrontación oficial cuando  cada domingo se fijaba la camiseta con las barras azulgranas en su cuerpo? La pregunta es incuestionable: ¿De dónde procedía? Quizás la respuesta sea algo más mundana, si se compara con los ejemplos escogidos que vienen a certificar, como sucede en la vida, que siempre hay una respuesta que pueda resultar convincente. Nada suele ser aleatorio. La solución al enigma presentado estaba en la carne de vacuno que el futbolista devoraba en las comidas y demandaba sin tapujos en las concentraciones en las horas previas a cualquier desafío de Liga o Copa del Rey.

“Si Riga no entrecot, Riga no gol”, venía a reclamar nuestro protagonista en un primitivo y arcaico castellano que recordaba a las viejas películas, en blanco y negro, de Tarzán. Y la petición esgrimida por el atacante demandaba tacto y un plus de diplomacia por parte del cuerpo técnico y de los servicios médicos del club. Joaquín Mas, galeno de la entidad azulgrana por aquellas fechas, en su primera incursión en la jefatura médica del club, trasladó la solicitud a Juan Ramón López Caro, a la sazón entrenador de la entidad blaugrana. “Recuerdo perfectamente que se lo trasladé al entrenador. Y no hubo problema”.

En el menú programado, previo a las confrontaciones, no había espacio para el entrecot. Los jugadores acostumbraban a salpimentar la pasta o el arroz con filetes de pechuga de pollo que acompañaban con las obligadas verduras a la plancha. La dieta suele estar muy controlada en las horas anteriores al desembarco en el verde. Y ya se sabe, y de lo contrario, sirva de acta de confirmación, que los futbolistas son poco proclives a las innovaciones en este tipo de situaciones. No obstante, López Caro fue inteligente en la medida adoptada e hizo una excepción a la regla establecida para que Riga se metiera entre pecho y espalda un buen entrecot que le garantizara la fuerza necesaria para batirse con éxito en el campo.   

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