El accidentado debut del Levante en el ámbito de la Primera División
La historia del debut del Levante en el marco de la Primera División acentúa el titánico empate a cuatro goles en el Estadio de Sarrià frente al Espanyol de Kubala. Las huestes azulgranas se revolvieron contra su suerte y contra un destino que parecía deparar una derrota cuando la cita liguera entraba en su ocaso para extinguirse definitivamente. No obstante, los goles de Camarasa y Valls en ese espacio invalidaron la ventaja local. Sin embargo, la intrahistoria refleja un relato previo de la confrontación que, quizás, es más desconocido y que estuvo salpimentado por infinidad de vicisitudes que el colectivo azulgrana tuvo que esquivar con extremadas dosis de paciencia. Lo cierto es que un terrible temporal se había instalado sobre el techo de la Península Ibérica en las fechas próximas al arranque de la competición liguera.
Llovía con furia en las jornadas previas en el este de la península. Y las previsiones manejadas por los servicios climatológicos para el fin de semana que llegaba no eran especialmente halagadoras. Las precipitaciones amenazaban con modificar las primeras confrontaciones del curso escolar. La Liga había presentado una doble confrontación catalano-valenciana. El Barça se aposentaría sobre el pasto de Mestalla en la noche del sábado mientras que el Levante marcharía hasta el viejo Sarrià para estrenar su naturaleza de primerdivisionista en la tarde del domingo. En la ciudad de Valencia en la matinal del viernes se especulaba seriamente con la firme posibilidad de que se pudiera celebrar el duelo entre el club valencianista y la entidad culé. En la capital del Turia diluviaba con la virulencia que recoge la biblia en uno de sus pasajes y debatía si el drenaje del césped aguantaría semejante cantidad de agua.
En la Ciudad Condal los jugadores del Espanyol tuvieron que entrenar en los pasillos de la tribuna de Sarrià en la matinal del viernes. El cielo parecía desplomarse sobre ellos. La expedición que conformaba el Levante tenía previsto partir hacia Barcelona desde Vallejo en la jornada del sábado. Los rectores azulgranas ante los imponderables del tiempo fijaron la salida a las diez por carretera. Recorrer la distancia que separa a ambas urbes parecía una aventura desafiante, quizás más compleja que el partido que se avecinaba ante un Espanyol en el que brillaba Kubala. Las previsiones vaticinaban un viaje agotador y no exento de complicaciones con trayectos difíciles de superar ante el impacto y el gravamen de los continuados aguaceros. En Valencia el enfrentamiento entre el club de Mestalla y el Barcelona, pautado para las 10:45 horas, se suspendió antes de cumplirse el minuto treinta del capítulo inaugural por un apagó del sistema eléctrico provocado por las copiosas lluvias.
En esa franja horaria y a trescientos cincuenta kilómetros los futbolistas del Levante se aposentaban en el comedor del hotel escogido para cenar y retirarse a sus aposentos con la finalidad de aliviar la tensión vivida y recuperar fuerzas para afrontar el encuentro ante el Espanyol en las mejores condiciones físicas posibles. La odisea vivida duró aproximadamente doce horas. “Hemos llegado por pura casualidad”, advertía desde el teléfono del hotel Quique Martín a la sazón entrenador de la entidad blaugrana. Y relató para El Mundo Deportivo la penalidad del desventurado viaje. “Salimos de Valencia a las diez de la mañana y todo fue, con algunas dificultades, relativamente bien hasta llegar a El Perelló”. Ubicados en la provincia de Tarragona, los obstáculos parecían insuperables. “Nos tuvimos que desviar hacia Mora de Ebro e ir hacia Reus y llegar aquí con carreteras inundadas. El temporalazo hace casi imposible el tránsito por carretera. En fin hemos llegado con algo más de cansancio del que esperábamos encontrar… y a esperar a mañana pare ver cómo nos ruedan las cosas ante el Espanyol”. La voz fatigada de Quique se convertía en el fiel exponente de los impedimentos superados, pero los futbolistas de la nave granota no estaban dispuestos amedrentarse. No se habían rehecho y se habían reinventado durante el curso anterior para caer sin oponer resistencia. El partido comenzó unos minutos después de las 16:30 horas y la bóveda que cubría la ciudad de Barcelona estaba oscurecida. No había ni un rayo solar furtivo que calentara el ambiente de un choque con vaivenes que concluyó con una catarata de goles (4-4).