Los 85 años de Luis Cela, leyenda del C.D. Castellón
Esta mañana recibí un chivatazo de Ximo Alcón: «Luis Cela cumple 85 años».
Ximo Alcón sabe todo de la historia del CD Castellón. Lo que se puede contar y lo que no se puede contar.
Debo confesar que últimamente me levanto algo turbado. A mitad de la noche me suelo despertar sofocado por el calor. Es como si entrara en combustión de repente. Si me exprimieran en ese instante creo que bien podría llenar una bañera. Quizás pueda ser la andropausia o quizás puede ser los efectos derivados de mi inquebrantable fidelidad al Levante que me acompaña desde que tengo noción y conciencia de mi yo.
Ya se sabe que por estas fechas no cotiza al alza ser fan de la causa granota. Levantarse siempre ha sido un martirio. Ahora el martirio se multiplica.
Lo cierto es que la confidencia vía móvil, como se comunica la gente de bien en los tiempos modernos, o al menos eso dicen, del cumpleaños de Luis me ha permitido regresar al pasado y volver de nuevo al corazón del Estadio Municipal de Castalia.
Es lo que tiene juguetear con los recuerdos. La frontera entre el presenta y el pasado puede ser difusa. El tiempo puede ser un componente inexistente.
Tuve la suerte de ser jefe de prensa del C.D. Castellón entre 2005 y 2010. Fueron cinco años estupendos desde un prisma profesional y personal. Valió la pena vivir esa experiencia, aunque el final fue un tanto abrupto.
En las catacumbas de Castalia conocí a Luis Cela. Formaba parte de la nómina de trabajadores del club.
Yo era un converso al albinegrismo y él era una de las leyendas vivas de la institución. No hacía falta ser un experto versado en la historia del Castellón para conocer su ascendencia. Era el capitán de la legendaria final de Copa que cruzó al Castellón y al Athletic.
Recuerdo que un día le pregunté a alguno de mis compañeros dónde había folios. Me indicaron la ubicación, pero me dijeron que si no había folios se los pidiera a Luis Cela. Para cualquier cosa que pudiera necesitar Luis era mi hombre. Yo fui estudiante de la EGB (Educación General Básica) en los setenta y primeros ochenta. Por entonces nos dirigíamos a los maestros con el tratamiento de usted. Y ese trato se mantenía cuando nos comunicábamos con las personas más veteranas.
Lo digo para que puedan entender mi reacción. El respeto no se gana con ese tipo de acciones tan mundanas, pero nunca se me ocurrió dirigirme a Luis para pedirle folios. Ni nada que se le pareciera. Nos hicimos amigos.
Luis siempre fue una persona franca. Las cartas estaban alzadas desde el primer momento.
Si le caías bien la vida podía ser maravillosa. Si no le caías bien, mejor no acercarte demasiado a él. Entonces podía ser un tipo muy gruñón.
A Luis lo ves venir. Es trasparente y cristalino como el agua. Es refractario a las medias tintas. La ambigüedad no comulga con él. Nunca fue un hombre de rodeos. Siempre ha sido así. Esa es la imagen que tengo de él. Supongo que esa sinceridad le habrá generado más de un percance en su vida.
Recuerdo una vez que acompañé a José Laparra, presidente por entonces del CD Castellón, a un banco de la ciudad. Luis hacía de cicerone. Accedimos a la sucursal y le pusieron la alfombra roja a su paso. José y yo quedamos en un segundo plano. En realidad, éramos dos comparsas suyas. A mí me hacía gracia ese reconocimiento que generaba. Pasear con Luis por Castellón era iniciar una conversación sin final con la gente que se iba cruzando por su camino. Le preguntaban por el Castellón o por su mujer.
Entonces todavía no había cumplido los setenta y por las tardes entrenaba a un equipo de críos en un colegio cercano a Castalia. Era entrenador de la Fundación del CD Castellón. Yo me las ingenié para convertirme en su segundo. Dos tardes a la semana nos íbamos a entrenar de cinco a seis.
Su espíritu competitivo seguía intacto. Luis armaba los equipos. Los que mejor jugaban se quedaban con él para aprender a jugar al fútbol y el resto me los quedaba yo. “Tú los educas”, me decía todo serio.
Luis era como un libro abierto cuando empezaba a hablar de fútbol desde un prisma más personal. Le costaba desprecintar esos recuerdos, pero si derruías esos confines tenía infinidad de historias que relatar.
Aquel joven que nació en Zamora en plena Guerra Civil aterrizó en el Real Madrid. La capital de España le deslumbró. No hizo fortuna en la entidad blanca, pero pudo comprar una casa a sus padres y se curtió como futbolista profesional en diferentes destinos en calidad de cedido por la entidad blanca.
Recaló en la capital de La Plana en los primeros sesenta. No fue un amor a primera vista. La Panderola, aquella línea ferroviaria que creo que unía Onda y el Grao de Castellón, le marcó negativamente. Fue el inicio de una historia que perduró. Ya no hubo más equipos en su currículum, pese a que el Castellón fluctuó entre la Segunda División y la “tercerola” como él define la Tercera División.
Hubo intentos evidentes de pronunciamientos, pero alguien, como él asegura, con alevosía y premeditación introdujo a posteriori en su contrato el prefijo in para convertir la duración de su relación contractual en indeterminada.
Entonces el sindicalismo no había llegado al fútbol. Ni tampoco al resto de las actividades laborales.
Con el paso del tiempo fue retrasando su posición en el campo y fue adquiriendo poso y cordura. Debutó en Primera División superada la treintena. Quizás entonces entendiera lo que significaba ser jugador de fútbol. Cada vez se cuidaba más. Durante los veranos trabajaba a destajo para llegar en las mejores condiciones a la pretemporada. Había que estirar la profesión.
Hay una imagen icónica suya estrechando la mano a Iñaki Sáez en la antesala de la Final de Copa. Siempre comentó que no ganaron la Final de Copa porque salieron al campo acojonados.
Todas esas historias las compartió conmigo y con Guillermo Sanahuja. Los jueves comíamos juntos. Nos llevábamos la grabadora y con los cafés la mente de Luis comenzaba a volar.
Nos fuimos del CD Castellón y no le habíamos escrito el libro que le prometimos. Lo peor es que Luis lo había anunciado a sus amigos y estos a su vez desconfiaban de la edición de ese libro. “Esos amigos que tienes son unos malquedas”, le decían.
Estoy seguro que Luis nos saldría entre las penumbras de la noche para recordarnos que una vez incumplimos nuestra palabra. Por suerte todos sus recuerdos quedaron condensados en la obra “El eterno capitán”. Contamos con la inestimable colaboración de periodistas vinculados emocionalmente y profesionalmente al CD Castellón.
Luis feliz 85 cumpleaños.