Qué noche la de aquel liderato en Primera
Me costó dormir aquella noche de finales de octubre de 2011. La posibilidad de liderar la Primera División me desveló. Aquella noche fue larga. Ante mí se presentaron infinidad de emociones que en algún momento de mi vida había sentido. Entre tinieblas fui reconstruyendo un pasado como granota que había resultado un tanto tenebroso.
A mí hay cosas en esta vida que me han quitado el sueño. Lo reconozco.
Por ejemplo; cuando no me salía el cromo de Santillana y no había manera de conseguirlo. O cuando sabía que mi madre iba a hacer lentejas para comer y yo tramaba con nocturnidad y alevosía la forma de eludir la comida. O la noche anterior al primer día que regresabas al colegio tras las vacaciones estivales.
El Levante también me ha arrebatado el sueño en más de una ocasión, pero nunca como aquella noche del sábado 22 de octubre. Y a mi edad cuando acababa de superar la frontera de los cuarenta. La culpa fue de un amigo mío que no tuvo mejor ocurrencia que mandarme un mensaje, ya avanzada la noche, notificándome el empate del Barcelona ante el Sevilla en el Nou Camp.
Yo solo soy del Levante y el resto del fútbol no siempre me interesa, aunque quizás esa sea la razón por la que se puso en contacto conmigo. Aquel Levante se proyectaba hacia el infinito.
En el texto mí querido amigo me decía que Messi, al que adoraba como buen culé que era (hoy sigue siendo culé, pero ya no reverencia a Messi) había errado una pena máxima en el último minuto del partido. Dentro de la infalibilidad que rodeaba a Messi, una condición que solo adorna a la figura del papa, resulta que era terrenal en sus manifestaciones. Su disparo lo eclipsó Javi Varas para convertir al Levante en líder si era capaz de vencer al Villarreal en el feudo de El Madrigal al día siguiente.
“Mañana podéis ser líderes de Primera”. “Espero que lo hagáis y destronéis al Real Madrid” me aclaraba a modo de epílogo. Bueno no escribió literalmente destronéis, pero el sentido era muy parecido. Había que derrocar al Madrid de Mourinho del liderato.
140 caracteres bien aprovechados que me llevaron a la desesperación porque no hay nada más inhumano que meterse en la cama y no conciliar el sueño. Mi amigo no tuvo piedad. Ni yo mismo soy capaz de aguantarme en esos momentos. Yo sé que actuó de buena fe, pero las cosas no se hacen de esa manera. Yo hubiera preferido despertarme y que los primeros rayos del sol mediterráneo me hubieran advertido que esa jornada podía ser triunfal con el Levante como principal protagonista. Pero no.
Me mandó ese maldito recado y me revolví en la cama durante unas horas que se me hicieron interminables. Yo, a veces, habito en un mundo paralelo y me siento feliz en ese estado. Es como si precintara casi todo lo que ocurre a mi alrededor para impermeabilizarme del mundo. Uno puede aislarse de casi todo, pero no puede aislarse de lo que acontece con su equipo.
Eso sería como si un guerrero cruzado apostatara de la fe cristiana en la Santa Madre Iglesia en plena batalla ante los conversos. Y aquel Levante de Juan Ignacio Martínez comulgaba con la victoria desde que hiciera descarrilar al poderoso Real Madrid en el Ciutat en una noche repleta de magia para el levantinismo.
Era difícil no sentirse orgulloso de aquel grupo de jugadores a los que el fútbol pretendía abandonar antes de tiempo. Algunos habían sentido la indefensión y el desamparo. Otros experimentaron la soledad más devastadora. Les habían encadenado con grilletes las piernas. Y sus mentes, por ende, estaban extraviadas.
Tenían infinidad de deudas pendientes con la disciplina del balón redondo. Y las estaban solventando con la camiseta azulgrana pegada a su piel para regocijo de todos los estamentos granotas. En algún momento se sintieron prisioneros del fútbol, pero estaban logrando desbloquear sus emociones.
Ignoraban lo que era el miedo. Les movía el coraje, el vigor y el sentido de pertenencia.
Por entonces los levantinistas llegamos a pensar que nunca nos habíamos sentido tan excelentemente representados desde el interior del verde. Había que buscar en el baúl de los recuerdos para encontrar un sentimiento de pertenencia similar. Quizás no hay nada como sentirse vejado para buscar la reivindicación. Es algo que no es extraño a la condición humana.
Aquellos jugadores saltaban al campo con el machete entre los dientes. Cada minuto de cada partido era como una liberación personal y grupal. Y cada minuto de cada partido podía ser una tortura para los rivales. Aquel Levante era un bloque comprometido e intenso.
¿Cómo descubrir cuando un equipo se desempeña con soltura?
Yo creo que cuando se comporta como un ecosistema perfectamente integrado. Es decir, cuando no hay desajustes en el balance ofensivo y defensivo y cuando el colectivo prevalece sobre las individualidades.
Nada como recordar la esencia de aquella victoria ante el Villarreal (0-3). El Levante ofreció la más distinguida y bárbara de sus versiones para abrazar el liderato. Fue eléctrico y sutil. Opresor y libertador. Directo y delicado en los metros últimos. Valiente y emergente.
Los goles fueron cayendo de su lado por efecto de su tremenda superioridad. Fue una victoria innegociable. Juanlu, en dos ocasiones, y Koné capitalizaron el triunfo. Siempre me pareció que aquel equipo dominaba todos los tiempos del fútbol. Podía lanzarse al abordaje con fiereza o anestesiar de forma diabólica a su adversario según conveniencia y exigencia del guion.
Podía comportarse despiadadamente o mostrar su lado de prestidigitador para confundir a su oponente.
Yo pensaba que ese equipo sería eterno como pensaba cuando era pequeño que mi abuela Lola, la mejor de todas las abuelas del mundo, sería inmortal. En cierto modo lo son. Mi abuela porque me acuerdo de ella todos los santos días y aquel Levante porque su sustancia perdura. Lo pudimos comprobar el pasado miércoles en el Ciutat de València en el sentido homenaje a aquellos que siempre serán nuestros héroes. La edición de Portal de Vallejo estuvo dedicada a ellos. Qué noche la de aquel liderato.