Cuando Rubén Vezo emuló al Toro Gómez y se ajustó los guantes para acabar defendiendo la portería granota
El Toro Gómez fue un delantero que recaló en el Levante en el verano de 1986 procedente del Eldense. Para las generaciones actuales quizás su nombre esté exento de abolengo. Quizás sea el recuerdo de un pasado refractario al presente.
No es el caso de Rubén Vezo. El defensor portugués no necesita presentaciones después de varios ejercicios en el ecosistema azulgrana.
Gómez aterrizó en el Ciutat con la finalidad de reforzar el eje de la vanguardia granota. Era un atacante fornido, como acentúa el sobrenombre con el que se le reconocía como futbolista, con una cuantificable experiencia en las categorías inferiores del balompié valenciano. El cuerpo de Gómez no estaba esculpido siguiendo el canon que define a los centinelas del ataque. Quizás su físico no conjugara con las coordenadas que caracterizan a los killers del área. Era recio y macizo como una roca por labrar, pero esa particularidad no le eximió de mantener una excelente relación con el gol.
En el interior del área rival hizo fortuna. En la temporada 1986-1987 con el Levante sumergido en la Tercera División anotó cinco dianas que coadyuvaron al ascenso a Segunda División B, si bien habría que resaltar que los cinco primeros clasificados tomaban el camino de vuelta a la categoría de Bronce por mor de una nueva reestructuración de la categoría.
¿Y qué relación se podría establecer en el Toro Gómez y Rubén Vezo? Un abismo distancia sus carreras como futbolistas asociados al imaginario azulgrana. Las divergencias son tan irrebatibles como antitéticas. Los opuestos marcan esta historia. Y la ciencia determina que los polos opuestos no se atraen. No hay comparación que resista.
De la centelleante Primera División al inframundo de un fútbol crepuscular.
Aquel Levante de los años ochenta se convirtió en el paradigma de la resiliencia. Acostumbraba a habitar en un mundo repleto de tinieblas. El terror guiaba sus pasos. Cada amanecer era una conquista. En la franja intermedia de aquella década el Levante cabalgó entre la Segunda B y Tercera División. Para los más jóvenes puede ser pura ciencia ficción, pero era así.
Quizás la relación entre Rubén Vezo y El Toro Gómez concluya en ese punto. Desde un prisma estadístico los dos han defendido la camiseta azulgrana, si bien desde firmamentos antagónicos, una vez instalados en el campo, y desde proyecciones ambivalentes.
Y sin embargo, hay un capítulo que unifica sus caminos. El presente más candente evoca el pasado.
Vezo se acomodó la casaca de Cárdenas y se ajustó los guantes para acorazar la portería granota. El recuerdo pervive. Restaban diez minutos para el desenlace del duelo y enfrente rugía un Real Madrid que, por momentos, parecía domesticado por las huestes azulgranas.
Fue una decisión unipersonal. A Vezo no le asaltaron las dudas. El central transmitió serenidad en cada uno de sus actos. Y la tranquilidad es un componente esencial en ese tipo de lances marcados por el nerviosismo.
Marchó a la portería ubicada en el fondo de Orriols y salió indemne del desafío. Fue uno de los héroes de un partido que vencerá al paso del tiempo.
En septiembre de 1986 el Toro Gómez realizó un viaje similar. Desde el vértice de la vanguardia recorrió la practica totalidad del verde para alistarse como portero. No hay imágenes, pero así pasó.
Fue en el feudo de Mestalla en el contexto de una confrontación ante el filial del Valencia. El Levante marcaba el ritmo del encuentro tras la diana obtenida por Vicky desde el punto de penalti (0-1).
La angustia se materializó en el minuto 75 del choque. El meta Museros placó a Castro fuera del área granota. Fue una intervención más propia de un partido de rugby que de un choque futbolístico. Nadie pensó en la resolución adoptaba por Lluch Boix. El colegiado se dirigió al cancerbero y zanjó la acción mostrándole la ruta hacia los vestuarios.
Museros no daba crédito a todo lo acontecido. Por aquellos tiempos esas maniobras acababan con una simple amonestación amarilla. “Agarré al contrario precisamente para no lastimarle y por ello esperaba una cartulina amarilla. Cuando el árbitro me mostró la tarjeta roja no le dije nada, aunque no salía de mi asombro”, recalcó Museros en sala de prensa para Las Provincias.
“Jugadas como la de Museros y Castro se ven con facilidad en los partidos entre jugadores de campo, ayer mismo hubo más de una y a Lluch Boix no se le ocurrió mostrar la tarjeta roja”, escribió Vicente Furió, hoy presidente de la Fundación Cent Anys, en la crónica de Levante El Mercantil Valenciano.
Yosu Ortuondo, técnico del Levante, ya había realizado la rueda de cambios (dos oficiales). La duda le asaltó. Su pensamiento se nubló. Había que resistir con un jugador de campo reconvertido en improvisado guardameta. Durante unos instantes dominó el estupor. El preparador centraba la atención en los futbolistas. Quizás no haya consignas establecidas en momentos de esa índole.
Alguien debía dar un paso al frente. El Toro Gómez aceptó el reto. Fue una decisión personal e intransferible. El ariete destiló entereza en una atmósfera de caos.
Se ciñó la camiseta de Museros y los guantes y mantuvo la inviolabilidad del arco azulgrana durante los quince minutos últimos del enfrentamiento. Las crónicas contemporáneas advierten que el Toro no fue demasiado exigido por los atacantes del Mestalla. Esa premisa entronca con el final del choque ante el Madrid con Vezo como arquero. Gómez superó el trance con nota. El Levante abandonó el coliseo blanco con dos puntos y dos valiosos positivos.
Gómez, como sucedió con Vezo, fue uno de los protagonistas de la cita. “Aunque están Museros y Granell, el Levante puede haber encontrado otro portero”, manifestó a la agencia EFE entre bromas. “Fui yo quien pedí al míster ocupar el puesto de portero”, concluyó de forma tajante. En los entrenamientos cotidianos de la época no era inusual contemplar al Toro emulando a los guardavallas granotas. Ese matiz enlaza las figuras de Vezo y el Toro. Quizás sea el nudo gordiano que resuelva esta historia.