El día que Antonio Román le leyó la cartilla a Álvaro
En la década de los años cincuenta era una práctica habitual que el técnico se reuniera con la cúpula direccional de la sociedad en los primeros días de la semana para departir sobre la naturaleza del encuentro del fin de semana. Esta iniciativa se convirtió en una costumbre ordinaria principalmente cuando la etiqueta de equipo foráneo pendía sobre el Levante. El entrenador se presentaba delante de la junta directiva y ofrecía su versión sobre el desarrollo de la confrontación disputada. Normalmente se utilizaba el criterio del delegado, que se había desplazado con el equipo en calidad de jefe de expedición, un cargo que rotaba entre los miembros que conformaban la directiva, para certificar y corroborar cada apunte procedente de la mente del técnico o, por el contrario, discrepar con las argumentaciones esgrimidas por el preparador en su defensa.
Quizás la imagen configurada parezca compleja de procesar si se enjuicia desde el pensamiento actual. Sin embargo, en aquellos días de apertura al exterior de la dictadura del General Franco, estaba totalmente justificado este modo de proceder. No era muy habitual por entonces que los mandatarios acompañaran al club en sus desafíos ligueros por esos feudos de la geografía española de la Segunda y Tercera División. Y la radio se convertía en el único medio capaz de establecer un pertinaz nexo de unión entre el enfrentamiento en cuestión y la masa social y los estamentos de la institución, pero las ondas hercianas podían trasladar una interpretación algo subjetiva de los hechos vertidos sobre el césped.
Por esa razón, Antonio Román decidió citar a Álvaro para que el preparador ofreciera un informe exhaustivo, minucioso y pormenorizado del desarrollo de la confrontación que el Levante había perdido ante el San Fernando (3-1). Álvaro manifestó que el planteamiento tan extremadamente ofensivo mostrado sobre el campo respondía a las indicaciones efectuadas por la directiva, periodistas y aficionados, si bien, a su parecer, la plantilla del Levante, por su estructura y composición, no estaba preparada para tales exigencias lejos de su entorno donde el guion demandaba mayor rigor y vocación defensiva.
Antonio Román, con un rictus invadido por la seriedad y con un aire de solemnidad, meditaba mientras escuchaba las distintas reflexiones del técnico. El mandatario golpeó a la contra para advertir a Álvaro que, como entrenador, y máxima competencia en el área deportiva, tenía la responsabilidad y el cometido de establecer las consignas y la táctica que estime de mayor conveniencia aclarando que las sugerencias de los directivos quedaban en el plano de la simple y mera recomendación. No había un dogma de fe detrás de sus palabras. La conversación finalizó con Antonio Román acotando los cuatro siguientes partidos para conocer la respuesta del colectivo antes de emprender medidas de consideración.