Cuando el balonmano preludiaba el fútbol en el feudo de Vallejo

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Fue hacia finales de la autárquica década de los años cuarenta cuando se estandarizó que el balonmano ejerciera de telonero del fútbol en verde del viejo Estadio de Vallejo. Fue una práctica habitual que vinculó a la sección granota que se dedicaba con pasión a la práctica del handball, con la disciplina del balompié compartiendo el mismo espacio sobre el que se desarrollaba la lucha tribal del foot-ball. ¿Y cómo surgió esa relación que hoy parece tan disociada e inaudita? Los primeros escarceos del Levante con la especialidad del balonmano se remontan a la franja intermedia de los depauperados cuarenta. La entidad levantinista, con una clara vocación multidisciplinar, desde los días anteriores al advenimiento de la II República, acogió en su seno al balonmano.

Fue un acto instintivo y sincero. Y este departamento, asociado de raíz al Levante, mediante sus colores azules y grana, y la defensa de su escudo alcanzó en 1947 el Campeonato Provincial de Primera Categoría. Este triunfo, como resalta el periodista Herme Cerezo en su estudio sobre la evolución del balonmano en Valencia, propició que el balonmano llegara hasta el feudo de la Calle de Alboraya. Paco Berenguer, presidente de la entidad, y Miguel Zabala, responsable de la sección, determinaron este acuerdo. Y Vallejo se convirtió en el escenario de batallas heroicas y épicas en una disciplina todavía en fase embrionaria como la dirimida por el Levante y el F. J. Castellón el 6 de junio de 1948 que coronó al club blaugrana como campeón. Aquella victoria le proyectó al Campeonato de España para caer derrotados en octavos de Final ante el Granollers.

Aquel balonmano distaba una enormidad del disputado en fechas actuales. Se enfrentaban dos equipos de once jugadores sobre el verde de un campo de fútbol adecuado a las necesidades de esta práctica. Cada partido constaba de dos partes de media hora con un interludio de diez minutos. Los cambios eran continuados e ilimitados. Imperaba un sistema emparentado con el fútbol que acentuaba la interpretación más ofensiva del juego; un portero, tres defensores, dos medios y cinco atacantes, aunque los jugadores más cotizados eran los que ocupaban la medular. Al menos eran los que más fuerza tenían para interconectar las líneas. Durante la década de los cincuenta coexistió el balonmano once y la versión con siete jugadores que empezaba a arrinconar a la primera modalidad, aunque nunca se solaparon las dos competiciones puesto que intervenían los mismos jugadores en las dos mencionadas variedades.

Herme Cerezo acentúa el carácter amateur de sus practicantes. Y resalta que la mayor prebenda para los balonmanistas granotas era contar con su pertinente pase para contemplar los duelos futbolísticos del Levante. En aquel equipo, que congelado en una foto, apenas difería de la formación cotidiana que podía presentar cualquier colectivo antes de iniciar la batalla sobresalía Miguel Zabala, una auténtica institución en el balonmano español posterior en su faceta poliédrica y multidisciplinar de entrenador, presidente de federación, árbitro internacional, presidente del colegio levantino de árbitros, y seleccionador nacional y el famoso escritor Fernando Vizcaíno Casas. El declive de esta experiencia propició que la sección de balonmano se alejara de Vallejo para seguir en plena vigencia en los sesenta en la cancha del Polideportivo, llamado Isla Perdida, precisamente por su emplazamiento entre campos de labranza en la continuación de la zona por donde se extendió la continuación de la Avenida dedicada a Vicente Blasco Ibáñez.

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