El día que el Todopoderoso llevaba el diez en la espalda

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-Hoy llevas el diez de los grandes. No hace falta que bajes en exceso. Tienes que buscar los huecos y trata de enlazar con los atacantes. Juega tranquilo, advirtió Juande Ramos en la charla personalizada previa al partido de Liga. Sergio Ballesteros escuchaba con atención.

 Aquella tarde del domingo 19 de marzo de 1994 Dios Todopoderoso, siguiendo la terminología acentuada por el mítico Carlos Ayats, en sus personales y apasionadas narraciones, e omnipotente, podríamos añadir, en aras a dignificar todavía más su figura, Sergio Ballesteros lucía a su espalda un número con resonancias bíblicas en el contexto del balompié cuando los números reflejaban las condiciones de los jugadores y ofrecían una información suplementaria acerca de sus características y posicionamiento sobre la faz del terreno de juego. Por tradición, el diez era el número de los grandes escogidos para la práctica del fútbol.

Si el nueve evocaba la figura del delantero centro, hubo una época en la disciplina en que las botas del diez garantizaban una magia y una exquisitez superlativa. Eran los borceguíes más distinguidos del plantel. Aquella jornada Juande Ramos, conductor de los destinos granotas desde el banquillo, tuvo una revelación y estimó conveniente que el hoy gran capitán del mejor Levante luciera tan sagrado y legendario número en el reverso de la elástica azulgrana. El Levante se medía al Sant Andreu en el feudo de Orriols en un partido que estaba adscrito al Grupo III  de la Segunda División B. Los hechos remontan a mediados de los años noventa cuando la carrera de Sergio Ballesteros estaba todavía en maitines. El Levante iba como un tiro después de encadenar trece victorias consecutivas en el arranque de la competición liguera.

Su dominio era incuestionable. Ningún adversario fue capaz de discutir su supremacía con argumentos en el campeonato de la regularidad. Ballesteros por aquellas fechas era Sergio, intentaba sobrevivir entre profesionales curtidos con infinidad de heridas de guerra, y se partía el pecho en cada acción desde la línea de medios aunque, en ocasiones, se ubicó unos metros por detrás y, tal y como sucedió en el enfrentamiento ante el Sant Andreu, y más tarde frente al Real Murcia y Andorra, también estaba programado para jerarquizar el juego desde la mediapunta. “Tengo un buen recuerdo de aquellos partidos. Es de esas imágenes que perdurarán en un futuro”, relata nuestro protagonista cuando echa la vista atrás y descubre su pasado quizás más desconocido como profesional del balón.

Es evidente que en la trayectoria en el Levante de Sergio la eliminatoria de la Copa del Rey ante el Tenerife, fechada en el transcurso de la temporada 1995-1996, marcó una frontera de separación entre ambos componentes. Aquella entente se rompió en mil pedazos de repente. Fue un golpe súbito e hiriente para el imaginario del levantinismo. Sergio era uno de los suyos. Con posterioridad a esa confrontación copera surge la estela de un jugador que comienza a responder por Ballesteros ubicado en el eje central de la zaga que recorrió todos los puntos cardinales de la Primera División para iniciar, en el verano de 2008, un emotivo viaje de retorno con destino hacia la sociedad blaugrana para coprotagonizar los capítulos más emotivos de centenaria historia de la institución y brindar con un ascenso a Primera que el destino le debía. Sergio viajó con la expedición del Levante para afrontar el choque de vuelta en Tenerife y se quedó en La Isla. No hay un ápice de inventiva en esa afirmación.

El futbolista ni tan siquiera regresó a Valencia tras la cita del K.O. Jupp Heynckes se encaprichó de aquel jugador que sobresalía por una fuerza descomunal cuando se posicionaba sobre el pasto. En cierto modo, Sergio era un futbolista que engañaba con la misma facilidad con la que los trampantojos proponían fascinadores juegos a la visión en las catedrales medievales. Nada era lo que parecía. Su cuerpo hercúleo escondía a una gacela capaz de retar al sprinter más dotado. El técnico alemán fue cincelando un nuevo perfil de futbolista que hizo fortuna en el eje de la zaga. Sin embargo, en aquel domingo de marzo de 1994, de ilusiones juveniles por confirmar, Sergio tuvo a Masnou y a Uriz como su particular guardia pretoriana. Su misión era asociarse con Arquero y Fabado y enlazar con Eloy.

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