Cuando el Levante le marcó ocho goles al Olímpic en la temporada 78-79
Mi padre y yo teníamos un protocolo que cumplíamos cuando veníamos al Ciutat de Valencia. Fijamos el tiempo en los años finales de los setenta. Si el Levante jugaba en horario nocturno nos metíamos un bocadillo estratosférico de tortilla de patatas que hacía mi abuela Lola, la mejor de todas las abuelas del mundo mundial. Si el Levante saltaba al verde por la tarde llegábamos al coliseo de Orriols con una pila de galletas Chiquilín que mi madre había rellenado con mantequilla.
Yo personalmente prefería que el Levante trasnochara. En aquellos días todavía desconocía lo que significaba salir a la hora de las brujas y aquello era lo más parecido a vivir una aventura de las grandes. Mi padre y yo volvíamos a Godella en su viejo Renault 8, porque ese coche siempre fue viejo, enmascarados por la luz de la luna. Cenábamos en el campo y me acostaba a una hora intempestiva. Y si la jornada había sido pródiga en goles y en emociones tardaba en caer rendido en brazos de Morfeo. Yo sentía que vulneraba las reglas. Sí. Irremediablemente era un temido forajido.
Fue lo que sucedió el sábado 12 de mayo de 1979. Aquella tarde-noche del sábado el Levante tenía una cita liguera ante el Olímpic de Xàtiva en el Ciutat en el marco de la Segunda División B. Menuda catarata de goles (8-0). Aquel día el equipo azulgrana estuvo tocado por el altísimo. Mi padre y yo aterrizamos en el templo granota con nuestros bocadillos de tortilla de patatas. Las costumbres no hay que perderlas. Llegamos muy justos de tiempo.
No sé la razón, pero recuerdo perfectamente la causa. Si creciste en los setenta recordarás que los sábados por la tarde emitían en la primera cadena de Televisión Española ‘Érase una vez el hombre’. Aquella sería de dibujos animados proponía un viaje colosal por la historia de las civilizaciones y de la humanidad. A mí la historia siempre me resultó una disciplina apasionante. En cierto modo, formaba parte de mi vida. Mi madre fue profesora de historia. Mi casa estaba llena de libros relacionados con esta temática y mi padre, que también era profe, tenía un estudio en el corazón del Barrio del Carmen, en Portal de Valldigma. Aquella calle exudaba historia. Mi padre me sacaba a pasear por las alambicadas calles del Barrio del Carmen y aprovechaba para contarme historietas que a mí me encantaban. Pensaba que nadie sabía más que él del barrio.
El encuentro estaba programado para las 20:30 horas. Fue un partido de récord. Jamás se ha repetido en el Ciutat una goleada tan despiadada. Murúa acaparó protagonismo en una actuación poliédrica. Fue el epítome del gol en una noche portentosa. Murua era uno de mis héroes de cabecera. La escuadra azulgrana se batía el cobre en el universo de la Segunda División B. Era una experiencia en cierto modo novedosa para la institución de Orriols y para el resto de los inquilinos con los que compartía circunscripción. La categoría de Bronce nació en el ejercicio 1977-1978. A mí me daba igual la división en la que estuviera el Levante. Lo importante era ir al campo y defender la condición de levantinista fuera del estadio.
La competición avanzaba con agitada determinación hacia su ocaso con el Levante, Nàstic y Ceuta pugnando por la gloria. Las distancias entre los contendientes eran tan exiguas que la conclusión de cada jornada propiciaba variaciones sustantivas en la tabla. La diferencia de goles entre los competidores podía convertirse en una condición definitoria en el salto en dirección hacia la Segunda A. Igual Naya, el sargento de hierro, agitó a los suyos antes de saltar al césped para converger con el gol.
El amanecer de la confrontación fue tan terrorífico como aleccionador del tipo de partido que se preveía. Fue un choque de emociones antitéticas; un enfrentamiento de contrastes. Los estados anímicos de los protagonistas en función de sus experiencias eran divergentes. El sol asomaba por Levante para ponerse por Xàtiva. El líder contra el último de la fila. Un Levante con nutrientes ante un oponente despojado de autoestima.
Fue un match enmarañado para el Olímpic desde su anunciación En el minuto diez las huestes levantinistas gobernaban el duelo con una solvencia insospechada. Nada parecía interponerse entre ellos y la corona de laurel como símbolo de la victoria. Varó en el minuto tres rompió con virulencia las redes de la escuadra visitante con un disparo certero desde fuera del área. Fue un paradigma. En el minuto diez Murua celebraba el tercer gol. Con anterioridad Ostivar había resuelto una acción colectiva cocinada por la totalidad de los integrantes de la vanguardia granota. El Levante cerró el primer capítulo con una diferencia sustancial (5-0).
Cada gol acercaba al bloque granota al reto del ascenso. Sebastiá y Murua redondearon una cifra que aumentaría en el segundo acto tras las dianas de Medina y Murua, en dos ocasiones más. El atacante vasco disfrutó de una noche repleta de destreza. Ese día marcó cuatro goles. Fue preciso y lacerante con el balón. No hubo intrigas que resolver en las inmediaciones de área foránea en la orgía goleadora más copiosa del Levante como propietario del Ciutat.
Unas semanas más tarde el levantinismo abrazó la perseguida categoría de Plata. El curso 1978-1979 se cerró con el retorno a la categoría de Plata.
Perdón por esta historieta para no dormir. Yo, en realidad, solo quería ofrecerles un dato histórico, pero siempre me acabo enredando. Ayer en Melilla, el Levante volvió a anotar ocho goles en competición oficial. Han pasado 42 años y toda una vida.