Levante UD: un año más en Primera División (por favor no me tilden de conformista)

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Lo sé; los más beligerantes me van a tildar de conformista o de resignado.

En realidad, no sé muy bien qué puede resultar más peyorativo si tacharme de conformista o acusarme de resignado por festejar con pompa y boato la presencia del Levante en el universo de la Primera División a la conclusión de la temporada deportiva del curso 2020-2021.

Claro que puestos a escrutar encuentro una tercera vía que puede ser mucho más ofensiva; y es advertir que he perdido la rebeldía y la insurrección de aquel que ya ha dejado a sus espaldas la juventud para adentrarse por mundos más desconocidos, pero, yo les juro que todo tiene una explicación.

No hay nada gratuito. Siempre hay una interpretación que permite ordenar los pensamientos y sistematizar las afirmaciones. Yo lo reconozco: celebro la estancia del Levante en el marco de la máxima categoría del fútbol español. Es más, estoy súper contento de ver el nombre de la entidad granota entre los inscritos para el ejercicio 2021-2022 en el Olimpo de los Dioses. El orgullo me invade. Lo siento por aquellos que califican la campaña de deleznable.

En realidad, todo es refutable y todo es argumentable. En ese sentido, la vida es una terrible paradoja. Y el fútbol y sus emociones no van a ser una excepción. Como dijo el mítico Pepe Isbert desde el balcón de la casa consistorial de Villar del Río en la legendaria película Bienvenido Míster Marshall “os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar”. Así que por favor no me tachen de conformista de buenas a primeras y dejen que me pueda defender.

Cada uno es deudor de sus experiencias y de sus condicionantes y mis experiencias vitales vinculadas al Levante durante una etapa prolongada de mi vida fueron más bien traumáticas.

Y es muy posible que el calificativo traumático se quede corto ante la impronta de los hechos.

Podíamos empezar por el principio cuando era el único levantinista reconocido en el Colegio Público San Sebastián en Rocafort con la excepción de Don Vicente, a la sazón, director del centro, pero él no cuenta. Él era la principal autoridad, pero él no salía a disputar aquellos interminables partidos con la camiseta blaugrana del Levante ajustada a su piel. Él no tenía que defender el blasón del Levante ante la mirada socarrona del resto de mis compañeros de equipo porque aquella camiseta solo era azulgrana y lo más fácil y previsible era vincularme al FC Barcelona. Y podía estar muy bien, pero yo era del Levante, solo del Levante, y pedía respecto y clemencia. Él no tenía que lidiar con las mofas. Y, a veces, lo peor no eran los agravios.  Lo más ofensivo era el simple desconocimiento porque el Levante era como una sustancia que se desvanecía. Por aquellos tiempos bárbaros había que defender la militancia granota con tu propia sangre.

Un día un amigo argentino, que llegó a España huyendo de la dictadura de Videla, aunque eso entonces lo desconocíamos, me preguntó si era de San Lorenzo de Almagro. Si me hubieran pinchado no me habrían sacado sangre. ¿Se dirigía a mí? Entonces, me advirtió que la justificación estaba en los colores azules y granas. El Levante estaba extraviado por las catacumbas del fútbol español tras sufrir la cruel afrenta de encadenar dos descensos consecutivos desde Segunda A hasta Tercera. Por cierto, yo solo era del Levante. Lo recalco porque era muy frecuente que me preguntaran de qué equipo de Primera División era.

Yo por entonces no sabía que ser del Levante conllevaba una seria responsabilidad.

Creo que éramos unos parias o quizás fuimos unos apátridas vagando aturdidos en busca de un destino que no imaginábamos. Nos sentíamos discriminados. En realidad, no sabíamos dónde estaba nuestro universo.

Con los años nada cambió. Casi que todo fue a peor. Yo dejé de ir al fútbol con mi padre. Entre los catorce y los veinte años más o menos me acostumbré a ir sin más compañía que mis pensamientos pensantes al Ciutat de València. En una etapa clave para la formación vital me acostumbré a celebrar los goles solo. Un gol es una explosión de júbilo que hay que compartir. Celebrar un gol sin desenterrar ese subido de adrenalina es como si te casaras por poderes desde la Patagonia. La sensación de soledad era más que manifiesta. Así que cuando mi madre me acusa de ser más frío que el hielo y de tener pocas emociones yo le digo que la culpa fue de ellos por dejarme solo en el Ciutat. Buscar culpables siempre ha ido asociado a la condición humana. Es una forma de liberar una mente atormentada.

Mis amigos no ayudaban. En aquellos años de juventud yo me acercaba algún domingo que otro al campo de Mestalla. Para mí era un acto de confraternidad hacia ellos. También de respeto porque yo ya tenía el gen granota impregnado en lo más hondo de mi ser. No hubo reciprocidad en esa acción. Ellos no venían al Ciutat. Situamos la cronología en la franja intermedia de los ochenta. Hay que reconocerlo: no tenían el más mínimo interés por un club sin aspiraciones que deambulaba entre la Segunda B y Tercera.

Los noventa no fueron mejores. Yo pasé por la Facultad de Geografía e Historia, pero pertenecer al Levante parecía de proscritos. En materia futbolística estaba como confiando. Era un desterrado. No obstante, fui haciendo progresos.

Conocí a Quique Victoria, al que, he de reconocerlo con rubor, maltraté verbalmente cuando me preguntó si era del Levante. Aquella reacción de rabia era injustificada. Lo sé, pero me sentía perseguido. Ser del Levante era como una atracción de feria. Y yo estaba dispuesto a todo por mantener la dignidad de mi identidad. Les digo que algo mejoró ya que dejé de ir al Ciutat solo. A la entente que formé con Quique se unió Josix. Pedazo triunvirato formamos.

Por lo demás la vida seguía en eterna conspiración contra los granotas. Un verano en Aguilar de Campoo, provincia de Palencia, en el marco de un congreso sobre el románico me preguntaron en una cena si el Levante era el filial del Valencia. Casi me atraganto. Me lo preguntó uno del Atlético. Yo le dije como contestación que si el Atlético de Madrid era una sucursal del Real Madrid. ¡¡Y el tipo se enfadó!!

Lo peor que es que esa sensación de desafección que nos acompañaba la proyectábamos para trasladarla a otras esferas. Éramos perdedores existenciales. Lo asumíamos con naturalidad. Nos asaltaba una pregunta: ¿Éramos perdedores por nuestra condición de levantinista? La respuesta era que sí. No había dudas. Y entonces se cruzó el Écija por nuestras vidas para darnos una estocada mortal.

Quizás los más jóvenes no lo recuerden. Casi mejor. En síntesis; partido de promoción de ascenso. Estábamos en Segunda División A en el intermedio del partido ante el Écija. Vencíamos 2-0 con goles de Paco López. Sensación de felicidad y de dicha. Un ascenso siempre fue motivo de gozo. En la reanudación el Écija nos clavó uno a uno cuatro goles. Fueron cuatro puñaladas mortíferas. Nuestros corazones marchitaron. ¿Entienden por qué la vida nos parecía que confabulaba en nuestra contra?

Una noche tocábamos en la Sala Roxy en la fiesta de los 39 Sonidos. Yo era el batería de Capitán Sam. Yo llevaba la camiseta del Levante. Mi sueño de ser jugador del Levante ya era una mera fantasía, pero podía tocar en cada bolo con la camiseta de mi equipo. Me confundieron con un seguidor del Extremadura. No sabía si llorar, pegarme un tiro o bajar del escenario y suspender el concierto ante esa falta de delicadeza que injurió mi conciencia.

Podía seguir hasta aburrirles.

Lo sé; hoy estas historias parecen pura ciencia ficción. Son las historias del abuelo cebolleta.

El top manta está repleto de camisetas del Levante. Quizás no haya mejor indicativo de la explosión granota. Los más jóvenes se jactan de lucir los colores azules y granas por Valencia y el Levante parece aclimatado a la máxima categoría. Incluso viajamos por la Vieja Europa en el formato de la Liga Europea. Fue una experiencia que disfruté como Jefe de Prensa del Levante. Hoy hay 20.000 abonados y el Ciutat de València ha mutado para convertirse en un referente, pero a veces me invade el miedo de un pasado tormentoso. El miedo es consustancial al ser humano. Igual ahora entienden lo que puede parecer puro conformismo.

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