El líder de Primera, a escena ante la Real Sociedad
“El liderato es anecdótico pero lo vamos a defender al cien por cien, y a muerte, como en cada partido para demostrar que, aunque puede ser anecdótico, todavía lo podemos llevar más lejos y cuanto más lejos lo llevemos mucho mejor para la permanencia”, advirtió Valdo, en la víspera del partido que enfrentó al Levante y a la Real Sociedad en el Estadio Ciudad de Valencia, con el fervor y la pasión de un guerrero musulmán en los instantes previos al inicio de la Guerra Santa. Y es que la entrega y el sacrificio, y el hecho de afrontar cada cita liguera al límite, como si fuera la postrera comparecencia colectiva sobre el tapete verde, forma parte del catálogo de los valores explicativos de la condición que el Levante defendía en el interior del terreno de juego cuando fue capaz de someter y anestesiar al Villarreal en el Estadio de El Madrigal con un partido sobresaliente.
El discurso de Valdo podía parecer antitético, a partir de las premisas planteadas, porque los términos liderato y permanencia son aspectos que se contraponen y chocan, pero estructura el pensamiento que imperaba en el seno del vestuario azulgrana. Había un perfecto conocimiento de los caracteres que identifican al Levante líder de Primera y del medio en el que se incluye. La argumentación se convertía en el fiel reflejo y exponente de la prudencia que destila el colectivo. El liderato no produjo una variación sustancial en los propósitos e intenciones que manejaba el grupo, ni la institución desde sus más altas esferas, pero lo cierto es que el líder de la Primera División regresaba a las trincheras para mantener una situación idílica que parecía una auténtica quimera aventurar cuando el curso comenzó a caminar.
Quizás el liderato se convirtiera en la metáfora de la terrible fe y la notable confianza que exhibían un puñado de futbolistas, con conciencia de pertenencia a la entidad, elevados a la categoría de gladiadores cada vez que salen al campo. Como suele acontecer en las viejas historias de la mitología clásica es posible significar que había algo de misterioso, de poética y de sobrenatural detrás de estas apariciones sobre el césped. Quizás sea la espiritualidad de la camiseta con las barras azulgranas que infunde una fortaleza asombrosa y hercúlea a sus poseedores proyectándoles hacia el infinito. O quizás la mística de un club que va perdiendo complejos y engordando su autoestima. El feudo de Orriols y la grada sirvieron de acomodo al equipo que corona la cima de la Primera División. El hecho es histórico porque nunca con anterioridad en sus ciento dos años de existencia había sucedido algo parejo. El partido ante la Real Sociedad provocó un cambio en la partitura. El líder regresó a la escena ante la entidad realista y apuró la victoria tras un gol in extremis de Rubén.